Ríos de Sangre

En nuestra época preferimos la inmediatez al análisis en profundidad de un hecho. Es una lástima que la realidad se resuma en 140 caracteres. 

Los gobiernos confían en los medios para crear una opinión pública en caliente, algo que seguimos a rajatabla en su momento y que luego olvidamos porque se ha solucionado a pesar de ser algo muy complicado e inminente como el Ébola o un ataque terrorista. Ahora que ya no somos Charlie, es el momento para reflexionar sobre el tema. Os dejo mi columna de opinión.


Ríos de sangre

Los que emplean habitualmente la libertad de expresión son conscientes de su amplitud y del difuso límite que la caracteriza. Quienes profesan una religión mayoritaria, saben que la institución a la que pertenecen tiene una importante repercusión en la sociedad y que estará en el punto de mira constantemente. Las consecuencias son previsibles cuando el sensacionalismo ataca al fanatismo, pero el semanario satírico ‘Charlie Hebdo’ no las vio venir. La redacción tenía preparada una defensa legal ante cualquier posible demanda, no un plan de actuación ante un atentado a mano armada.

El lema “liberté, égalité, fraternité” ocupa un lugar importante en los edificios institucionales y en el corazón de los franceses, de tal forma que cuando está en peligro una de las premisas, no dudan en mostrar su apoyo a los afectados tomando las calles para conseguir el restablecimiento de las garantías de la Vª República. El dolor nunca es buen compañero de la razón: Hollande se ve en la obligación de decretar el máximo estado de alerta y 88.000 efectivos son desplegados en la región con el objetivo de cazar a los hermanos asesinos.

Es evidente que el acto calificado de terrorista, es obra de extremistas. Los Kouachi no son buenos musulmanes para algunos seguidores de Alá, quienes arguyen que según el Corán, el que mata a una persona que no hubiera matado a nadie ni corrompido la tierra, ha matado a toda la humanidad. La moral cristiana y el quinto mandamiento tampoco han sido aplicados cuando la justicia reivindicada enmascara una verdad siniestra: el deseo de venganza. La violencia es un círculo vicioso, Francia ha entrado en él y ahora es imposible salir. El “11-S francés” titulaban muchos periódicos por analogía al atentado a las Torres Gemelas y a una nación herida e hipócrita que se sentía orgullosa de mostrar su patriotismo exacerbado haciendo apología a un terrorismo del que todos fueron cómplices.

El miedo siempre ha sido el instrumento favorito de la hegemonía por su eficacia constatada y por desgracia, muchos estados oportunistas ahora emplean el riesgo de amenaza para desempolvar los estandartes de las cruzadas contra los infieles, aunque no todos son perseguidos con el mismo empeño porque en Europa el lastre del racismo y la xenofobia aún persiste. Son muchos los que ríen con el discurso antisemita del humorista Dieudonné, por no hablar de los que suscriben a Le Pen y los que ya han iniciado una nueva oleada islamófoba. La provocación e incitar al odio no forman parte de la libertad de expresión y hay géneros como la comedia y la sátira que se escudan en este derecho fundamental para transmitir mensajes peyorativos sobre diferentes colectivos, porque de esta forma, son aceptados y mejor asimilados por un público que pide más entretenimiento para olvidar por un momento sus problemas.

No importa si eres Charlie o no, porque matar no debería ser nunca una opción viable. Presumimos de ser países desarrollados y respondemos al ataque de la misma forma. Queremos que los otros agoten las vías administrativas y legislativas cuando nosotros concebimos que los malhechores deben ser condenados a cadena perpetua o a la pena de muerte. Las creencias son personales y arremeter contra ellas de forma continuada genera tensión: no solo demostramos ser etnocentristas e ignorantes, sino que hace que los afectados enaltezcan la defensa de sus ideales, porque ellos también ostentan la verdad. Ambas garantías son contramayoritarias, por lo cual, somos libres de escribir y de rezar a cualquier ente superior, siempre y cuando nuestros discursos y obras no afecten al prójimo. ¿Llegará el día en el que la sequía llegue a los ríos de tinta malintencionada y de sangre derramada? Ojalá.

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