REPORTAJE UNDERGROUND
Hacia un estilo de vida alternativo
Cuando llega el momento crucial de replantearnos nuestra existencia y la forma de relacionarnos con la sociedad, una creciente minoría explora estilos de vida alternativos hasta encontrar el que les permita desarrollarse plenamente como individuos y construir su hogar
Esta elección suele estar motivada por el deseo de mantener un diálogo con el mundo para entender nuestro lugar en él, y está causada por la desconexión de las ciudades con la naturaleza, la incomprensión de la situación sociopolítica, económica y cultural de nuestros países de origen y por el rechazo a las formas de consumo.
De acuerdo al estudio Personas en la UE: ¿quiénes somos y cómo vivimos? (People in the EU: who are we and how do we live?) publicado por Eurostat en 2015, hay una clara tendencia en Europa: «A medida que la vida avanza, es bastante habitual que [los jóvenes] se asienten y busquen un alojamiento alternativo y/o cambien de estilo de vida, lo que puede llevarles a mudarse fuera de la capital a zonas suburbanas (o incluso más alejadas)».
Estamos acostumbrados a pasar los días dentro de cuatro paredes rodeadas de bloques idénticos, lo cual nos constriñe, y a largo plazo es contraproducente: el entorno moldea nuestra forma de pensar, la percepción de la realidad e, incluso, nuestro estado de ánimo. Los que comprenden que reconectar con la naturaleza es esencial para mejorar su situación y ser felices, procuran desesperadamente encontrar el equilibrio mudándose a viviendas ligeras, ecoaldeas o comunidades afines a su visión y objetivos.
Es evidente que los estilos de vida alternativos están intrínsecamente ligados a la sostenibilidad, aunque no es tarea fácil encontrar uno que cumpla nuestras expectativas. Joa-Kim (Hoeilaart, 1986) vive temporalmente en una kerterre (construcción de barro y paja integrada en el paisaje) al sur de Namur después de haber recorrido Europa, América, Oceanía y el sudeste asíatico en un viaje de 8 años inspirado por la búsqueda espiritual bajo la premisa: «el mundo es mi jardín». Estuvo viviendo en una comunidad vegetariana en el sur de Francia, pero la imposibilidad de crear vínculos estrechos más allá de los intereses comunes lo empujó a abandonarla con la esperanza de encontrar una comunidad en Bélgica que responda a sus requisitos: debe estar rodeada de naturaleza salvaje en las Ardenas y conformada por veganos interesados en establecer vínculos sociales y en trascender.
En cuanto a Max (Nueva Caledonia, 1994), abandonó hace seis años su isla natal en el Pacífico Sur, dado que consideraba que «no tenía elección, sufría por no encajar»; puso tierra de por medio, algo que ha sido crucial para apreciar el valor de las cosas y el amor incondicional de sus padres, a quienes ha visto dos veces en Francia desde entonces. Se rige por la Teoría del Flujo y está seguro de que viajar «no es una fase», sino el estilo de vida que le permite descubrir día a día «quién le gustaría ser potencialmente» y lo que le gustaría hacer. Cuando necesita dinero, trabaja en cocina un par de meses o construye casas ecológicas. Por el momento está en Islandia –país del que se fue fascinado cuando lo visitó por primera vez en 2019–, y aunque no tiene pensado volver a casa, no descarta parar –en un futuro lejano– para continuar su viaje introspectivo.
Vivir viajando
El sueño de muchos es la realidad de muy pocos. El nomadismo digital es un estilo de vida con una idílica y envidiada rutina que difiere a la del resto en dos aspectos: no hay jefes ni oficinas, sino clientes y libertad de desplazamiento. Por este motivo, los que desconocen en qué consiste no son capaces de comprender que el viajero, nómada por antonomasia, también puede ser un profesional que trabaja de forma remota.
Jarryd & Alesha: «Todo lo hemos aprendido viajando»
A la pareja australiana al frente del blog de viajes NOMADasaurus, Jarryd Salem y Alesha Bradford, les bastó un año de trabajo en Canadá para tomar la decisión de viajar por el mundo en autocaravana. Jarryd terminó la secundaria y llegó ahí en noviembre de 2007, cuando tenía 20 años, y asegura que el día en el que compró la furgoneta, fue el día en el que empezó a salir con Alesha: «fue una buena transición: de viajar solo a viajar en pareja y en una furgoneta al mismo tiempo». Desde entonces, comparten aventuras «24/7», y manifiestan haber encontrado su paraíso terrenal 14 años después de haberse conocido, en la remota Magnetic Island. Dieron con este recóndito lugar por casualidad en plena pandemia durante su gran road trip por Australia, y en octubre de 2020 pusieron a la venta su tercera autocaravana para poder construir ahí –de la forma más sostenible posible– su hogar.
Como equipo, aspiran a la autosuficiencia energética y a reducir su impacto ecológico; también tienen muy claro que esta base permanente no les impedirá seguir cruzando el charco, aunque no hay previsiones de que vuelvan a la vida en autocaravana. Solo les queda poner pie en el continente africano, pero van a hacerlo tan pronto reabran las fronteras. Se sienten orgullosos de haber aprendido viajando todo lo que saben, desde su forma de ganarse la vida con el blog y la fotografía hasta su amor por la naturaleza y su pasión por la protección del medio ambiente: desencadenada en 2011 tras ver una gran cantidad de desechos acumulados en la hermosa isla Utila, en el Caribe hondureño.
Jarryd y Alesha no conciben una mejor forma de vivir, «viajar lo es absolutamente todo, es lo que somos, es la gente, ha moldeado nuestra forma de pensar, nuestras personalidades, nuestras creencias…El tipo de personas y las culturas que hemos conocido, de alguna manera, forman parte de nosotros». La única desventaja de su estilo de vida es la imposibilidad de establecer conexiones significativas más allá de los encuentros de un par de días o semanas con otros viajeros. Las redes sociales han contribuido a que puedan seguir cultivando amistades a pesar de la distancia, de hecho, habían conocido viajando a tres cuartas partes de los invitados a su boda. Sin duda alguna, ahora que se han asentado, todo será diferente.
Jana y Robbe: «Este estilo de vida no es para todos»
Romper con el estilo de vida tradicional belga para «ver más mundo» hizo que Robbe Vulsteke (Langemark-Poelkapelle, 1996) abandonara su carrera vocacional como trabajador social para viajar haciendo autostop desde Rumanía hacia el Este. Coincidimos en Estambul –ciudad en la que yo vivía por aquel entonces–, y ahí fue donde también conocí a Jana Schlägel (Bremm, 1989), enfermera de profesión que tras un viaje de seis meses a los Estados Unidos –durante el cual recorrió y escaló unos 4.000 kilómetros– tuvo una iluminación: pedalear desde Alemania a la lejana Tailandia. Un mes después, nuestros caminos volvieron a cruzarse en Ankara, y decidimos viajar juntos por Anatolia, el Mar Negro y por toda Georgia.
Para Jana, quien abandonó la bicicleta en Turquía y decidió continuar su ruta haciendo autostop, son todo ventajas, porque al vivir viajando acumula experiencias y un bagaje cultural que no podría haber adquirido en su hogar. El lado oculto: la morriña. Reconoce que echar de menos a su familia y amigos es lo peor, «a veces puede llegar a ser muy difícil, sobre todo en épocas como esta (Navidad)», y especialmente ahora que está embarazada. Llegaron a Australia en verano de 2019 con la idea de trabajar un par de meses antes de volar a Chile y continuar su ruta en furgoneta.
Ambos concuerdan en dos puntos: primero, este estilo de vida «no es para todos»; y segundo, seguir viajando por Sudamérica durante tres o cuatro años antes de volver a sus países para construir su propio estilo de vida tradicional cerca de sus familias. Mientras tanto, experimentan la transición descubriendo Australia, a la que asocian con «una especie de descanso de los viajes» porque están trabajando en una granja, lo cual les ha permitido vivir como locales durante dos años. Están seguros de no querer viajar eternamente, también de la importancia de parar de vez en cuando para procesar sus vivencias, empaparse del lugar y de su cultura y «dedicar tiempo a conocer a las personas».
Los Wandels: «¡Nos seguimos perdiendo en nuestro patio trasero!»
Tardé unas tres horas en llegar a las coordenadas que me había proporcionado la familia belga Wandels: dos y media en tren desde Lisboa a Santa Clara-Saboia –la estación más próxima a su propiedad en el Alentejo Litoral– y aproximadamente 15 minutos en dos cortos trayectos en coche, uno en autostop y otro en la furgoneta familiar.
Hace tres años, Grietje Buyst (43) y sus tres hijas, Johanna (22), Helena (20) y Anna-Liefje (7), contemplaban un colorido e inolvidable atardecer en un pueblo de pescadores del Algarve cuando repentinamente, las cuatro tuvieron la misma idea: mudarse a Portugal. El sueño empezó a hacerse realidad cuando volvieron a Ronse, (provincia de Flandes Oriental), y lograron convencer a los chicos: Jonathan Wandels (44), pareja de hecho de Grietje, a sus otros dos hijos, Wanne (19) y Jolan (13), y a Stijn Wille (23), el novio de Johanna.
Grietje es terapeuta, ayudaba a niños con problemas y tendencias suicidas hasta que la aparición de un tumor la hizo darse cuenta de que no estaba predicando con el ejemplo, «no me escuchaba a mí misma ni a mi corazón», explica. Fue entonces cuando decidió prestar atención a su voz interior y renunció. Comparte con Jonathan su afición por renovar casas y siempre se han repartido las ganancias equitativamente. Con su parte, Grietje quiso invertir en tiempo de calidad: le propuso a Jonathan que dejara su importante cargo empresarial por un año, «le dije: “no te preocupes, yo pagaré los recibos con mis ahorros”». Una vez desempleados, compraron la propiedad de sus vecinos, en la cual había una vieja iglesia que convirtieron en bar –el BarBois–; al principio regentado por Johanna y Stijn, y luego por sus padres cuando la joven pareja se mudó a Gante. La pandemia los obligó a cerrarlo y a replantearse su estilo de vida tradicional: sintieron que era el momento perfecto para viajar juntos hacia el sur de Europa en busca de su edén.
Los Wandels toman todas las decisiones en conjunto de forma equitativa, es decir que cada uno tiene voz y voto independientemente de su rol social o edad. Sorprendentemente, todos estuvieron de acuerdo en vender la casa y el bar, el primer paso para cambiar su estilo de vida. «Todo pasó muy rápido porque teníamos que desocupar la casa y aún no habíamos terminado de renovar las furgonetas (un autobús Fiat de 1985 y una camper), además, no teníamos dinero porque en Bélgica te lo dan un par de meses después de vender», comenta Johanna mientras prepara una deliciosa sopa de verduras en la cocina exterior de la casa.
Los paisajes del Alentejo me recuerdan a los de Extremadura: vastas dehesas y apacibles bosques bajo el cielo despejado por donde corre la brisa fresca con aroma a roble, y si prestas atención, susurra el silencio. Es por eso que entiendo que se sientan como en casa, aunque no son los únicos extranjeros: hay varias familias alemanas y parejas belgas que viven en los alrededores.
Su objetivo a largo plazo es que este se convierta en un hogar off-the-grid (autónomo) para las futuras generaciones de Wandels: han invertido en paneles solares, en baterías y en tanques de agua, están aprendiendo permacultura para cultivar sus alimentos, tienen gallinas –¡que ponen huevos en la cesta de la cocina!– y están pensando en comprar algunas ovejas para obtener leche y queso. De momento, sus esfuerzos se enfocan en terminar de remodelar la granja abandonada que adquirieron, y en explorar sus 70 hectáreas de terreno –sobre todo el extenso bosque con microclima propio por el que pasa un riachuelo–, porque «¡Nos seguimos perdiendo en nuestro patio trasero!», bromean.
Los Wandels tienen una manera muy especial de organizarse, ya que cada uno aporta lo que puede cuando quiere, de esta forma “estaremos dando lo mejor de nosotros y el resultado será increíble porque lo habremos hecho con pasión y amor” puntualizan Grietje, Johanna y Stijn en diferentes ocasiones. Si bien es cierto, no tienen un plan de trabajo, pero se organizan por prioridades: terminar la casa principal, continuar con la cocina y los baños (donde estaba la antigua casa del molino de la finca) y por último, la casa en la que Johanna y Stijn piensan formar una familia.
El momento de reflexión llegó al atardecer, frente a la chimenea del recibidor. La tenue luz de la lumbre iluminaba el rostro de Johanna mientras expresaba sus pensamientos: «Todos tuvimos que lidiar con nuestros problemas personales para poder crecer y ser capaces de aceptar a los demás tal y como son». Ocho meses después de haber dejado atrás su vida tradicional en Flandes, los Wandels son conscientes de los retos que han tenido que afrontar: «Ahora, cuando pienso en todas las decisiones que he tomado hasta llegar aquí, me doy cuenta de que todo tiene sentido», concluye Grietje.
Viviendas ligeras: Vivir de forma simple en la naturaleza
Las grandes ciudades se han convertido en junglas de cemento desconectadas de la naturaleza y esto ha provocado que cada vez más personas prefieran vivir lo más lejos posible de ellas, en espacios que satisfagan sus necesidades y a los que puedan considerar hogar. Los habitats légers o viviendas ligeras se presentan como la mejor alternativa, ya que son construcciones sostenibles de diferentes tipos (yurta, caravana, tipi, domo, autocaravana, minicasa, etc.) que minimizan el impacto ambiental.
A partir del 1 de septiembre de 2019, la región belga de Valonia se convirtió en la única en toda la Unión Europea en legislar al respecto debido al auge de este tipo de viviendas más accesibles: son propiedades que pueden llegar a costar hasta diez veces menos que una casa. De acuerdo a la Unión de Ciudades y Municipios de Valonia, a principios de 2020 había unas 3.000 viviendas ligeras en la región habitadas por unas 22.000 personas, y la cifra ha aumentado desde que el Estado tiene la obligación de domiciliarlas; aunque para ello deben cumplir los requisitos mínimos de salubridad y habitabilidad, y tres de las siguientes características: ser desmontables, móviles, autoconstruidas, pesar poco, tener una superficie limitada, volumen reducido, no tener pisos ni cimientos y no estar conectadas a la red de abastecimiento.
Elise Broes (Bruselas, 1988) vive en una yurta desde hace cuatro años y pudo regularizar su situación gracias a la domiciliación. No quería vivir en un piso en la ciudad, pero necesitaba una dirección para obtener el subsidio por desempleo y para poder compartir la custodia de su hijo con su ex pareja, que aún vive en un «hábitat tradicional». Fue la primera en unirse al proyecto de cohabitación que lanzó un arquitecto en su propiedad ubicada en Mons, al que fueron sumándose otras familias, y ahora vive en una comunidad compuesta por seis viviendas (dos yurtas, una minicasa, dos caravanas y una casa pasiva).
Su yurta tiene todas las comodidades (agua, electricidad, una estufa, internet y un baño seco ecológico) y aunque es un solo espacio, ha conseguido crear diferentes zonas utilizando eficientemente los muebles como separación. De momento, está construyendo otra –la tercera–, la cual será más alta y amplia, y tiene pensado adosarla a un invernadero: esto le permitirá cultivar durante todo el año, y usarlo como sistema de calefacción natural. Se gana la vida construyendo yurtas como autónoma desde hace tres años y acaba de recibir una propuesta de un instituto que quiere impartir sus clases en yurtas: «serán unas 40 yurtas (…) de acuerdo a mis estimaciones, la inversión les supondrá entre uno y dos millones de euros frente a los once millones que cuesta construir un edificio» .
Aún no tiene claro si quiere seguir formando parte de una comunidad, crear una ecoaldea o comprar un terreno para construir un nuevo hogar, porque «aún tiene que evaluar las ventajas y desventajas de cada opción», pero está segura de que quiere seguir viviendo de forma alternativa y transmitir estos valores a su hijo.
Heloïse Nisole: «La sociedad nos enferma»
Entre los entrañables recuerdos de infancia de Heloïse Nisole (París, 1991) aparece su madre reparando un pequeño molino en el campo, la naturaleza salvaje de sus vacaciones familiares y su «refugio», un peral que había en el jardín de su casa. El deseo por reconectar con la tierra y encontrar un estilo de vida que se adaptara a sus necesidades la empujó a coger su mochila en 2015 para explorar América, Nueva Zelanda y el sudeste asiático. En el camino, tuvo la oportunidad de hacer wwoofing (voluntariado en granjas orgánicas y ecoaldeas) en Canadá y en Camboya, utilizar Couchsurfing y descubrir proyectos inspiradores centrados en proteger el medio ambiente y difundir la medicina natural. Tras este periplo transformador de un año, se mudó a un pueblo con su madre porque ya no quería vivir en París; «estaba asqueada» confiesa, ya que a pesar de su atracción por la gran oferta cultural de la capital, carece de la conexión con la naturaleza, algo que para ella es fundamental.
En 2019, motivada por su encuentro en Eslovenia con una persona que vivía en una yurta, quiso vivir la experiencia. «Vivimos rodeados de cemento en casas que no son buenas para la salud», afirma, porque considera que «la sociedad nos enferma» y prefiere vivir en una casa de madera, en cuyo interior puede sentirse. Por el mismo motivo cambió de profesión, dejó la enfermería para aprender sobre cocina macrobiótica con el fin de emplear la comida como medicina y para inspirar su cocina: «es bueno para la ecología y para la salud, y si me permite ganar dinero, es mucho mejor para mí», admite.
Heloïse construyó su yurta en Limosín con la ayuda de un amigo cuando volvió a Francia. Cuando estaba dentro, se sentía segura «como si estuviera en una crisálida» y la energía particular de su nuevo hogar puso fin a sus problemas de sueño. Estaba bien aislada, pero no tenía electricidad ni internet y solo disponía de agua y de un baño seco ecológico en el exterior. A pesar de que le encantó la experiencia, decidió venderla para poder comprarse una furgoneta antes de marzo; «la yurta es perfecta cuando deseas quedarte en un mismo lugar o cuando quieres desplazarte de vez en cuando, pero no cuando quieres hacerlo constantemente», aclara. Su idea es poder desplazarse y trabajar en lugares diferentes hasta encontrar un colectivo como Tilcara –asociación de cuatro estructuras dedicadas a la agricultura, el circo, la equitación y al turismo– o una comunidad afín a sus intereses en la que le apetezca vivir.
Transcripción de un extracto de la entrevista a Heloïse Nisole
Fui de viaje a Eslovenia en 2019, ahí conocí a una persona que vivía en una yurta. Cuando volví a Francia en noviembre, le llamé a un amigo para comentarle que me gustaría vivir en una yurta y me propuso que la construyéramos juntos en Limousin, cerca de Limoges. La tenía en el terreno de unos amigos.
Me encantó la experiencia. En algunas ocasiones pasé un poco de miedo por causa del viento, porque no había preparado la instalación teniendo en cuenta ese factor. Es muy importante orientar la yurta en función del viento. Cuando había tormentas, se movía mucho y me daba un poco de miedo, pero son las mejores noches que he pasado en toda mi vida. El sueño en una yurta es muy reparador y me sentía muy bien. Desde que empecé a dormir y a vivir en la yurta dejé de tener problemas de sueño. Estuve viviendo ahí un año. La vendí porque tengo ganas de renovar una camioneta.
No tenía agua ni electricidad, por lo cual, tuve que trabajar la madera para conectar la yurta con las tuberías de agua, porque sino tenía que ir a buscar agua en cubos para llevarla a la yurta. También tenía que cargar los aparatos eléctricos en la casa, lo cual suponía un poco de organización, pero me gustaba mucho. Requiere una organización y gestión del tiempo diferente.
En la yurta en el terreno de mi amigo me sentía muy bien, la energía de la yurta es muy particular: te proporciona seguridad. Es como una especie de crisálida. La yurta es perfecta cuando deseas quedarte en un mismo lugar o cuando quieres desplazarte de vez en cuando, pero no para hacerlo muy a menudo. Era una yurta de 26 m2, 6m de diámetro, bien aislada para poder vivir ahí en el invierno y a cualquier temperatura. En ese terreno, estaba de paso porque no me sentía en casa, en la yurta sí.
Cocino desde los 13 años, me encanta, pero la cocina ha cambiado mucho por causa de los problemas de salud que tengo, por lo cual, me gusta cocinar comida que sea buena para mi cuerpo y que me haga sentir bien. Ya no quiero ser enfermera, porque hoy en día implica dar muchas medicinas y no me interesa, así que considero que al cocinar, estás preparando medicina. Es bueno para la ecología y para la salud, y si me permite ganar dinero, es mucho mejor para mí.
¿Cuál es tu motivación?
Las ganas de descubrir y de estar cerca de la naturaleza, además, me apetece proponer un proyecto para que las personas puedan reconectar con ella. También quiero encontrar un lugar porque me gustaría vivir en un colectivo, pero aún no he encontrado uno en el que me apetezca vivir. Por lo cual, pienso que puedo vivir en una furgoneta y desplazarme de un proyecto a otro hasta que encuentre un lugar que me plazca para vivir.
¿En qué tipo de colectivo te gustaría vivir?
De momento, no lo sé. Busco un lugar en el que pueda trabajar y vivir, y en el que tenga mi hábitat individual. Para mí es muy importante tener mi espacio, es por eso que elegí la yurta, porque necesito tener mi propia burbuja, mi propio espacio, para sentirme bien. Si estoy todo el tiempo en contacto con las personas, no puedo descansar, porque quiero estar haciendo cosas todo el tiempo.
Después de haber vivido la experiencia durante un año en la yurta, sentí en mi cuerpo que me hacía bien vivir ahí, estaba construída con buen material, con la madera de Limosín. Hoy en día, en la sociedad, vivimos rodeados de concreto o en casas que no son buenas para la salud. El cemento retiene el agua en las paredes, es por eso que hay muchas personas con problemas respiratorios o de circulación.
La sociedad nos enferma, y no me apetece. Me encanta vivir en contacto con la naturaleza y rodeada de ella. Vivir en una casa de madera y cerca de la naturaleza, hace que me sienta bien en su interior. Si la casa está hecha con materiales naturales, no necesitamos tantos ni demasiada energía para construirla. Es importante mantenerse en contacto con la sociedad porque de lo contrario, corremos el riesgo de hacernos rígidos y de encerrarnos en nosotros mismos. Me apetece abrirme a los demás y compartir conocimientos.
Si encuentro un colectivo o comunidad, me gustaría que estuviera cerca del campo, pero no tan lejos de la ciudad, porque no quiero separarme por completo de la sociedad. Me gustaría seguir manteniendo el contacto. Necesito a la naturaleza para sentirme bien, volver a mis orígenes –como tú has dicho, es lo que reivindica el chamanismo y es una visión que me encanta.
¿Has hecho búsquedas al respecto?
Crecí cerca de París, en el extrarradio, y cuando era pequeña, mi madre restauró un pequeño molino en la naturaleza. Desde pequeña, cuando me voy de vacaciones, me voy a la naturaleza salvaje, es muy salvaje, no hay televisión, ni nada por el estilo. Cuando empecé a trabajar, sentía que me faltaba algo, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que había crecido en la ciudad y que necesitaba la naturaleza.
A mi madre le encanta todo lo relacionado con la naturaleza, como los productos naturales, etc. y me transmitió eso. Con el tiempo, hice wwoofing en un ecovillage y encontré personas que viven estilos de vida alternativos en lugares alternativos. También estuve en una asociación y descubrí los podcasts.Hay uno que me gusta bastante, se llama Permaculture, está realizado por personas que viajan y al escucharlos, te inspiran, son franceses.
Tengo amigos en el Colectif Tillcara, se dedican a la agricultura y reciben jóvenes en sus diferentes programas. Tienen uno para aquellos que no saben cómo orientarse, otro de vacaciones en un circo o con los caballos, etc. Participé con ellos, cociné durante un campamento de trabajo participativo. Son mis amigos y tengo una relación estrecha con ellos, por lo tanto, puede que en el futuro les proponga organizar talleres de danza. Me encantaría trabajar con varios pequeños colectivos. Por el momento, los estoy visitando para poder trabajar con ellos. Hago cocina, coreografía, mezclo muchas cosas…
El país en el que estuve más tiempo es Nueva Zelanda, estuve dos meses y viajé en una furgoneta renovada con un amigo e íbamos de ciudad en ciudad y hacíamos senderismo todos los días. Entre 2015 y 2016: Estuve viajando por: Nueva York, Canadá, EEUU, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Nueva Zelanda, China, Vietnam y Camboya. Este viaje cambió mi manera de ver el mundo, porque me di cuenta de que hay proyectos que son peligrosos para la naturaleza, pero también, que hay personas en el mundo que la protegen.
¿Algún proyecto inspirador?
Hay muchos, por diferentes razones, como un woofing con una familia en una granja de lúpulo en la Baie de Chaleur (Canadá), la familia hacía cerveza, jabón a base de lúpulo. Me di cuenta de que en Canadá, si la gente tiene una idea de proyecto, va y la hace. Me encantó esa forma de ver las cosas. En la costa este de Estados unidos también hay una zona con mucha naturaleza, y como los estadounidenses tienen que pagar mucho para obtener sanidad, hay muchas personas que emplean la medicina natural.
Hay muchas cosas en lugares diferentes que me inspiraron para hacer la transición a un modo de vida alternativo. Antes de empezar mis viajes vivía en la región de París, y a la vuelta, ya no quería vivir ahí. Estaba asqueada. Me encanta la vida cultural, pero estamos desconectados de la naturaleza. Se imagina el futuro con muchos huertos y jardines por todos lados y con mucho arte. Una mezcla de cultura con naturaleza.
Garance: «El squat es una mezcla de compromisos y ventajas donde tienes que encontrar tu lugar para sentirte bien»
De todos los estilos de vida alternativa, probablemente el más complejo e interesante es la ocupación. Los medios de comunicación han difundido una imagen sesgada sobre los squats (viviendas ocupadas) y los okupas, que ha influido negativamente en la percepción de la población, de ahí que los relacionemos únicamente con drogas, violencia y precariedad, omitiendo el mundo asociativo, los movimientos artísticos y las actividades culturales que llevan a cabo.
En la mayoría de capitales y grandes ciudades europeas siempre han habido edificios abandonados y personas que por diversos motivos están dispuestas a ocuparlos. En 1979 había unos 50.000 squatters en el Reino Unido y 30.000 de ellos estaban concentrados en Londres. La imposibilidad estatal de garantizar el derecho constitucional a la vivienda digna, el aumento de los precios de alquiler y las posibilidades de desarrollar proyectos para dinamizar barrios y conectar con la cultura underground hacen que muchos consideren este estilo de vida alternativo.
De acuerdo a EpData, entre 2015 y 2019 las denuncias por «okupación» aumentaron un 40,9% en España, siendo Cataluña la comunidad autónoma con más denuncias: el Ministerio del Interior había contabilizado 5.689 hasta septiembre de 2021, cuatro veces más que las registradas en Madrid (1282). En España, la ocupación tiene una pena de multa de 3 a 6 meses cuando es pacífica, y entre 1 y 2 años de prisión cuando se ha hecho de forma violenta; en Francia no hay distinción y se castiga a los okupas con 1 año de cárcel y 15.000 euros de multa.
Las represalias no han disuadido a Rémi Petit, un artista plástico de Calais que lleva viviendo en squats desde 2012 «por necesidad» –ya que París era el escaparate perfecto para exponer sus obras, pero los precios exorbitantes estaban fuera de su alcance–, ni mucho menos a Garance (París, 1996), cuyo padre estaba involucrado en las actividades artísticas de los squats parisinos y creció frecuentando este mundo.
Con el paso de los años, las experiencias acumuladas y los conocimientos adquiridos en materia judicial han ayudado a Rémi a poder abrir dos squats y mantenerlos en funcionamiento. Creó la Asso Sobarjos para gestionar Barges de l’Ecluse –un albergue que llevaba 14 años cerrado– con el objetivo de organizar actividades artísticas, exposiciones y talleres en el barrio, además de acciones solidarias durante el confinamiento, como la recuperación de alimentos y donaciones de particulares para su distribución entre los más necesitados. El squat estuvo abierto dos años y medio hasta que fueron desahuciados por las autoridades en octubre de 2020 tras 20 meses de procedimientos judiciales. A día de hoy, el colectivo de artistas y técnicos del espectáculo que preside Petit ha ocupado La Bonne Conscience (La Buena Conciencia), una casa abandonada en Vitry-sur-Seine.
Garance conoce la Asso Sobarjos desde sus inicios porque organizó varios eventos «multiartísticos» en Barges de l’Ecluse con su colectivo La Kamisole. Empezó a frecuentar los squats atraída por los conciertos punk y las exposiciones, y fue involucrándose paulatinamente hasta el punto de vivir como okupa durante tres meses –de octubre a diciembre de 2020– en la Maison des Erreurs et des Résiliences (Casa de los Errores y las Resiliencias), tiempo suficiente para comprender el potencial para la experimentación artística que ofrecen las ocupaciones temporales y pasar a la acción: inspirada por la democratización del acceso a las residencias artísticas, anhela abrir un squat artístico.
París no es la única ciudad con ocupaciones que apuestan por la cultura, en Bruselas se organiza cada octubre desde hace cuatro años el Festival Coucou Puissant, un mes durante el cual los squats de la capital belga abren sus puertas al público para visibilizar el trabajo de dinamización que realizan en los barrios (creación de huertos colectivos, conciertos, exposiciones, jam sessions, recuperación y distribución de alimentos, mercadillos, etc.) y para recordarles su reivindicación: «la lucha por el derecho a la ciudad y por una vivienda digna para todos».
Transcripción de un extracto de la entrevista a Rémi Petit
Rémi Petit: En mi caso fue más por necesidad. Soy artista plástico, vengo del norte de Francia. Para mi carrera artística era mejor estar en París porque había más oportunidades y porque era más fácil exponer mis fotos y pinturas.
Me fui a París y descubrí los squats, llegué a uno en el 2012 y comencé con la idea de hacer mis exposiciones, pero me quedé por más tiempo del previsto. Tenía un apartamento en Lila, porque los precios son muchísimo más baratos que en París. Si quieres centrarte en tu arte, lo mejor es okupar, de lo contrario tienes que conseguir otro trabajo para poder subsistir y no te queda tiempo para dedicarte a crear. Nos quedamos un tiempo en ese squat hasta que el ayuntamiento de París nos realojó.
Conocí a muchas personas que tenían otros squats y que estaban en contacto con otros artistas, que como yo, viven en squats porque no tienen medios suficientes para poder pagar un alojamiento. Es más fácil para hacer arte en los squats y además, tenemos un modo de vida alternativo que hace posible que podamos desarrollar otros conceptos de vida en esos lugares. Gracias a ellos, conocí a un abogado especializado en derecho de vivienda y del trabajo. A partir de ese momento, empecé a especializarme en los procedimientos jurídicos y en cómo seguir los procedimientos judiciales, porque cuando estás en un squat, debes mantenerte ahí, porque la justicia viene detrás de ti (depende del contexto, por ejemplo, de si estás o no en el lugar, etc.). Lo importante es quedarse en el lugar cuando llega la policía. Aunque tienes que haber hecho algunas cosas con antelación para poder justificar que es tu domicilio principal, etc.
Después empecé con otro colectivo, pero sus reglas no me convenían, además, no era el presidente del colectivo, así que había algunas cosas que no me gustaban y que no podía cambiar. El lugar estaba sucio y lo que yo quería en ese momento era sentirme seguro. Así que abrí otro lugar por mi cuenta.
El primero fue el Barges de l’Ecluse y estuvo funcionando durante dos años y medio hasta que nos echaron en octubre del 2020, pero pudimos hacer muchas cosas mientras estuvo abierto. Abrimos este (La Bonne Conscience) en 2021. Soy el presidente de la Asso Sobarjos, una asociación creada expresamente para el squat. La creamos en el Bar de l’Ecluse para administrar el lugar y crear actividades artísticas, organizar exposiciones, etc. Además de acciones solidarias, sobre todo durante el primer confinamiento, como: recuperación de alimentos y donaciones alimentarias para que las gentes pudieran distribuirlas a otras asociaciones y entre los más necesitados. La creamos por necesidad para mantener el squat, pero también para ser útiles al barrio e integrarnos con otras asociaciones locales y con los habitantes.
Vida en comunidad: La innovación social
Tras experimentar diferentes estilos alternativos, Joa-Kim, Elise, Heloïse, Garance y muchas otras personas han llegado a una conclusión: es importante mantener la conexión con la sociedad para evolucionar. En las últimas décadas ha aumentado el número de comunidades autosuficientes y sostenibles en diversas regiones europeas (Valonia, las Cevenas, el Alentejo, Bretaña, Andalucía, etc.), y España no es la excepción; en 1989 un grupo de hippies del movimiento internacional Rainbow Family llegó a Matavenero, un pueblo deshabitado desde los 60 en la comarca leonesa de El Bierzo, en el que viven unas 70 personas de diferentes nacionalidades.
La socióloga Geneviève Pruvost define estas comunidades como «intencionales» porque en ellas se establecen relaciones entre personas que abandonan sus ciudades –o pueblos– al finalizar un viaje como mochileros en un contexto ecológico «neorural» basadas en el compromiso y la microeconomía de subsistencia. En el estudio Estilos de vida sostenibles: Los hechos de hoy y las tendencias del mañana (Sustainable Lifestyles: Today’s Facts & Tomorrow’s Trends) financiado por la Unión Europea, se analiza la transición a gran escala hacia estilos de vida sostenibles que está aconteciendo en nuestros países y se prevé que habrá un cambio en la concepción de los «insostenibles» estilos de vida tradicionales de aquí a 2050. De hecho, es una realidad constatable en algunos «ecobarrios» como BedZED, la primera comunidad británica con cero emisiones de carbono.
Todos estos testimonios de transición hacia un estilo de vida alternativo constatan que es posible reflexionar sobre nuestra existencia y tomar decisiones conscientes que nos permitan desarrollarnos plenamente como seres humanos. Realizar un viaje o una introspección no solo nos conduce a explorar y experimentar, también nos ayuda a ver la realidad desde otras perspectivas y a valorar las ventajas y desventajas de cada opción para poder trazar nuestro propio camino a la autorrealización.
Cuestionarnos nuestra forma de vivir y por ende, nuestra existencia, nos permite entablar un diálogo con la sociedad sobre la autonomía y la autosuficiencia hasta llegar a un consenso: vivir siendo hogar.
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